Lo hemos repetido varias veces por aquí: La innovación es resultado del producto entre invención y comercialización. Una innovación es un invento que se vende como churros.

Una patente reúne dos condiciones: novedad y actividad inventiva. Eso es un invento; algo que es nuevo fruto de un proceso de desarrollo que no es evidente para alguien versado en la materia. Es mirar a lo que existe para ver algo que nadie ha sido capaz de ver anteriormente. El invento podrás patentarlo o no; protegerlo o no pero el criterio para reconocer un invento es muy claro.

Hace un par de meses, se presentó el «Plan de choque para la Ciencia y la Innovación«. De las personalidades presentes, solo una figuraba como inventor en varias patentes. El plan compromete 1.056 millones de euros en inversión directa.

Hace un par de años, Pedro Sánchez también habló de la «Start up Nation» para hacer de España un país «amigo» del emprendimiento y de las nuevas iniciativas emprendedoras. Para ello, tenía previsto crear un marco jurídico específico para nuevas empresas que potenciara la I+D+i y apoyara fiscalmente estas iniciativas, en segundo lugar, crear una red conectada de incubadoras y aceleradoras y, en tercer lugar, la potenciación de encuentros nacionales e internacionales sobre emprendimiento.

Esta semana se ha publicado el Global Innovation Index 2020 realizado por la WIPO, la Universidad de Cornell e INSEAD. España cae un puesto con respecto al pasado año pasando del 29 al 30. Estamos por detrás de países como Estonia, la República Checa, Chipre y Malta y un puesto por encima de Portugal. La posición es mediocre y la tendencia es pésima.

Las empresas basadas en innovación necesitan menos discursos y más inventos buenos y genuinos. Las empresas basadas en innovación necesitan menos leyes y chiringuitos asociados y más dinero de clientes reales.

Acta non verba.