Organizar para algo o eliminar organizaciones


Muy habitualmente tengo la sensación de que hay un excesivo culto por la organización. Muchas personas se identifican con la organización y creen que su defensa es una prioridad.

Y sin embargo, la organización es un medio. No es un fin en sí misma.

Las organizaciones deben medirse por su eficacia, cumpliendo la misión para la que se crearon y por su eficiencia, utilizando el mínimo de recursos.

En las organizaciones empresariales, la eficacia de la organización se debe medir en base a dos tipos de parámetros: satisfacción de los agentes implicados (clientes, proveedores, empleados y sociedad) y diferenciación. Por eso, Chandler decía que la organización sigue a la estrategia. Aquella tiene sentido si responde a los propósitos últimos de ésta. La eficiencia me gusta medirla con el ROA (Rentabilidad sobre Activos).

Creo que lo mismo cabe aplicar a organizaciones no empresariales. Los amigos de la burocracia suelen ser enemigos de cuestionarse si una organización sigue teniendo sentido o no; si puede hacerlo de manera más eficiente; si puede mejorarse, en definitiva, su desempeño. Así nos encontramos con organizaciones creadas con nobles propósitos cuyo fin acaba degenerando en «seguir siendo». En el ámbito público, este tipo de organizaciones abundan. Y deben desaparecer.

Afortunadamente, esta crisis está ayudando a repensar la necesidad de muchas organizaciones. Y esto genera dudas, conflictos, desajustes, roces y protestas.

Es bueno, es natural y es el precio que hay que pagar por mejorar y acercarse a los objetivos de las personas y de la sociedad. Sin olvidar que estos objetivos deben ser la misión de las distintas organizaciones.

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