Domingo por la mañana. Llevo dos horas haciendo deberes con mi hija Uxue. Y todavía no hemos acabado. No sé en qué asignatura le han pedido que haga un árbol genealógico de la familia. Por cada uno de sus tíos y tíos abuelos, le han pedido fecha de nacimiento, fecha de muerte (si procede), oficio y una decisión importante de su vida. Obviamente, Uxue no tiene ni la más remota idea de ninguna de esas cosas. Así que entre mi mujer y yo, nos encargamos de echarle un cable. Hay que reconocer que Begoña ha tenido mucha más paciencia que yo. También es verdad que Begoña tiene una hermana, cuatro tíos por parte de madre y tres por parte de padre y yo tengo cuatro hermanos, seis tíos por parte de mi padre, doce por parte de mi madre y cinco más por parte de Tere, que se casó con mi padre después de que éste enviudara. A ver cómo se dibuja esto en el dichoso arbolito. Menos mal que no han incluido a los cónyuges y descendiente porque me veo con el árbol de marras hasta después de acabar la Universidad.
Me parece muy bien educar a los niños en el valor del esfuerzo. Y los deberes pueden ser una forma de plasmarlo aunque no la única. Se me ocurre como alternativa el subir al Adarra en pleno temporal con el agua azotándote en la cara por el fuerte viento.
Lo que me parece una soberana idiotez es poner deberes por poner deberes. Lo que me parece una idiotez es hacer perder el tiempo con un ejercicio que ni estimula la imaginación, ni hace pensar y, ni siquiera, conecta a los niños con sus raíces.
Señores profesores: hagan pensar, reten la imaginación de los niños, recomienden lecturas, obliguen a los niños a escribir pero no hagan perder el tiempo con deberes que no tienen ni pies ni cabeza (o eso parece).