Más de una vez he escrito que las empresas y las organizaciones, en general, deben trabajar enfocadas. Deben centrarse en hacer «una cosa» y ser excelentes en eso que hacen.
A menudo digo que el trabajo de consultor de estrategia es sumamente sencillo en la mayor parte de los casos. En general, cuando acudo a una empresa con el fin de dirigir su reflexión estratégica, las decisiones más importantes son las de dejar de hacer algo; abandonar líneas de negocio. En mi experiencia, en la mayoría de los casos, cerrar líneas de negocio supone dejar de perder dinero y liberar recursos (atención y dinero) para hacer lo que verdaderamente la empresa sabe hacer.
La moda de la diversificación ha hecho mucho daño a las empresas. Como casi todo en la vida, diversificar, en abstracto, no es bueno ni malo. Las condiciones concretas de la diversificación y cómo se gestiona son las que llevan la semilla del éxito o del fracaso.
A veces, la diversificación viene precedida de una amenaza o de una oportunidad que no se han buscado. Hay que tener cuidado en la respuesta que se da a estas circunstancias. Conviene utilizar la cabeza para pensar la respuesta y no para embestir a todo lo que se menea. Dicho de otra manera, no hay que entablar todas las guerras ni todas las batallas que se presentan. El buen estratega debe saber qué guerras quiere luchar y cuáles evitar. Y debe saber reconocerlas cuando se le presentan.
No hay que luchar todas las peleas. No es inteligente, debilita, desvía la atención, retrasa y, en el peor de los casos, impide acercarnos al destino final.