Hace un par de semanas hablaba con mi hijo Pablo sobre lo que es jugar bien a fútbol. El buen futbolista no es, en mi opinión, el que mejor regatea, el que más tiempo lleva el balón en los pies o el que es capaz de hacer malabarismos. El buen futbolista es el que hace jugar bien a todos los demás compañeros. Y para eso, en mi opinión, hay que hacer tres cosas: decidir rápido, decidir bien y ejecutar de manera excelente.

Decidir rápido significa que antes de recibir el balón, ya sabes dónde lo vas a mandar o empezar antes a correr hacia el lugar donde el balón va a llegar.

Decidir bien significa que vas a ganar metros al contrario o vas a desequilibrar su sistema de defensa o desbaratar su ataque.

Ejecutar de manera excelente significa que aquello que has pensado lo ejecutas sin fallo. Envías el balón al lugar exacto en el momento preciso. O te mueves en defensa justo cuando dejas al delantero en fuera de juego.

En mi opinión, lo fundamental es decidir rápido y bien. Yo disculpo más fácilmente una mala ejecución que una mala decisión o una decisión a destiempo.

En la empresa, los ejecutivos se parecen un poco a los futbolistas. Más que decidir rápido, deben decidir a tiempo y deben decidir bien y ejecutar de manera excelente.

Para un ejecutivo es mucho más difícil decidir bien que para un futbolista pero es su obligación. Los ejecutivos deciden con información incompleta. El ejecutivo tiene que decidir bien con aquello que sabe. Para complicarlo aun más, al realizar la decisión, los ejecutivos y sus equipos no controlan la mayor parte de las variables que afectarán a la correcta ejecución. El principal error del ejecutivo es decidir a destiempo y mal. El mayor error es no decidir que paradójicamente es una decisión. En el caso de las empresas, también disculpo más el error en la ejecución que en la decisión.

Y como los buenos futbolistas, el ejecutivo excelente hace buenos a sus colaboradores.