En el IESE, los profesores solían bromear diciendo que el que sabía, se dedicaba a trabajar y el que no sabía, se dedicaba a dar clases. O sea, el que sabe, se dedica a practicar y sacar rendimiento de lo que sabe, al menos en el mundo de la empresa.
En el mundo académico de Estados Unidos, ya se habla de la burbuja de la formación y, me parece a mí, que, al menos en Donosti que es el caso que mejor conozco, esta burbuja es más que evidente. En nuestra ciudad, todas las organizaciones públicas, semipúblicas y privadas que pululamos alrededor del mundo empresarial y emprendedor, contemplamos la formación como parte fundamental de nuestros servicios. Esto conlleva que dediquemos importantes recursos a actividades formativas más o menos generalistas donde la teoría tiene preeminencia sobre la práctica.
Toda práctica está sustentada en una teoría explícita o implícita. La buena práctica se sustenta sobre una buena teoría. La mala práctica se deriva de una mala teoría. La primera vez que fui a Venezuela a vender candados de bici tuve varias entrevistas con distintos distribuidores. Yo no sabía si tenía que tener un distribuidor exclusivo o repartir la distribución entre varios almacenistas. Esta decisión depende en buena medida del volumen del mercado. Una venerable anciana de origen italiano que era dueña de una pequeña fábrica de bicicletas me dijo que el mercado de bicicletas de Venezuela, no el parque, era de unos dos millones de bicicletas al año. La cifra me extrañó. Contrastando la misma con otros distribuidores, la cifra en la que había consenso era de unas 200.000 unidades al año. Es muy distinto trabajar con la teoría de que el mercado es de 2.000.000 a hacerlo suponiendo un mercado de 200.000. Mi teoría tomó el dato de 200.000 y nombré un distribuidor exclusivo.
En todo caso, si no se practica, la teoría no sirve para nada. Y este es el punto complicado. Es «fácil» explicar teoría y conceptos, lo difícil es aplicarlo a contextos concretos y complejos. La formación que estamos dando a los empresarios y emprendedores, si no se acaba aplicando, no sirve para nada. Y en un altísimo porcentaje, la formación no termina en práctica y no se rentabiliza.
La formación es una etapa en la consecución de la excelencia y el crecimiento. Pero no es el final del camino. Los empresarios y emprendedores tienen que aplicar los conceptos a sus casos concretos y deben de recurrir a la ayuda externa si es necesario. Las instituciones públicas deben comprender que exige mucho más esfuerzo la aplicación práctica de la formación. Por tanto, también hay que aplicar recursos a ello, probablemente más que a la propia formación.
Los consultores y formadores tenemos que conocer muy bien la teoría pero sobre todo tenemos que conocer el proceso para llevar la teoría a la práctica y que eso se refleje en la cuenta de resultados y en la rentabilidad de la empresa.
Hay que ser conscientes de que la aplicación práctica de conceptos complejos y novedosos puede suponer el poner en marcha proyectos que normalmente durarán varios meses y en algunos casos, pueden alargarse por varios años
Y toda esta entrada para anunciaros que en las próximas semana voy a poner a disposición de todos, algunos de los materiales de formación que he desarrollado como profesor tanto en instituciones académicas (actualmente soy profesor asociado en Tecnun – Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra) como en empresas.
Para el que quiera aplicarlos, ya sabe dónde me tiene 😉