Sor Josefina, vocales y valoración de activos tecnológicos


Llevo toda la semana pensando qué contar para satisfacer la petición de mi hermana Nekane de escribir sobre Sor Josefina. Y no se me ocurre nada. Sor Josefina fue una profesora mayor que me dio clase en segundo de párvulos. Como no conseguía aprender las vocales, dedujo que yo no era muy listo y así se lo hizo saber a mis padres. Afortunadamente, mis padres no le hicieron ningún caso. Sor Josefina no tenía vocación de profesora, estaba malhumorada y todas las tardes despertaba al pobre Candidito de su siesta sobre el pupitre. No recuerdo haber visto sonreír a la monja. Y esto es todo lo que puedo escribir de Sor Josefina.

El resto de la semana lo he pasado trabajando sobre la valoración de activos tecnológicos. Ha sido algo parecido a repasar las vocales. He tenido que volver a los principios, a las raíces. Muchos pensarán que para valorar activos tecnológicos es necesario saber de tecnología. No es cierto. La valoración de cualquier activo, sea tecnológico o no, parte de buscar puntos de referencia. La valoración no es un ejercicio matemático es un ejercicio de comparación.

El primer punto de referencia es el coste que ha tenido el desarrollar ese activo tecnológico. Para llegar a disponer de un activo tecnológico, se necesita que una persona o un equipo de personas trabajen en el desarrollo del mismo. Las horas que hayan dedicado esas personas al desarrollo es el primer sumando en el coste de ese activo tecnológico. Si se ha tenido que desarrollar un prototipo, o varios, el coste también debe sumarse. Si el equipo de investigación ha tenido acceso a recursos compartidos como laboratorios, administración, bases de datos de patentes y bibliotecas, la parte correspondiente de esos costes deben ser sumadas al coste de desarrollo del activo tecnológico. El coste de desarrollo de un activo tecnológico es un punto de referencia, una cuantificación económica. Pero nada tiene que ver con el valor. El valor es…bueno es más fácil «verlo» que definirlo:

El valor está en el mercado, entendiendo como mercado el punto de encuentro entre distintas personas y organizaciones que quieren intercambiar el uso y disfrute, en este caso, del activo tecnológico.

Por otro lado, hoy sabemos que la valoración de cualquier activo no se puede resumir en un sólo número. Es mucho más realista el valorar el activo dentro de un rango de probabilidades. Es decir, por ejemplo, el activo X puede tener un valor entre 120 y 160 siendo lo más probable que tenga un valor de 136; acompañándolo de su correspondiente distribución de probabilidad.

Cuando se conoce el mercado, la valoración del activo tecnológico puede ser un ejercicio complejo en la medida en que haya que integrar todo ese conocimiento en un solo rango de valores. A cambio, se obtiene un rango estrecho donde el valor del activo no se dispersa. Esta valoración se puede utilizar para negociar, por ejemplo, la transacción del activo.

Cuando no se conoce el mercado, la valoración del activo tecnológico es un ejercicio más simple. Muchas veces consiste en multiplicar un par de números. El problema radica en elegir bien qué dos números hay que multiplicar. Por contra, se obtiene un rango amplio donde el valor del activo se dispersa. Este tipo de valoraciones sirve para, por ejemplo, ordenar de mayor a menor valor carteras de activos tecnológicos pero difícilmente nos ayudarán en la negociación para la venta de un activo.

Esta semana he tenido que aplicar este segundo grupo de técnicas de valoración más sencillas que son como las vocales en el abecedario de la valoración de activos.

Sobre valoración se recomienda la visita a estas dos páginas:

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