Leo esta semana en un medio de gran audiencia en el País Vasco, una pequeña entrevista a un directivo de uno de los centros de referencia de la Red Vasca de Ciencia y Tecnología (RVCyT).
El artículo trataba sobre Silicon Valley y qué debemos hacer en Euskadi para reproducir un entorno en el que surgen tantas empresas nuevas, muchas de las cuales alcanzan un gran éxito, convirtiéndose en iconos mundiales de emprendizaje y crecimiento.
No voy a entrar en lo que este directivo dijo, con lo que puedo estar más o menos de acuerdo. Lo importante es lo que no dijo: a lo largo de la entrevista, este responsable no mencionó a los clientes. No dijo que sin clientes, no hay empresa. No dijo que sin clientes, no hay dinero. No dijo que sin clientes, la mejor tecnología no sirve para nada y carece de valor.
Las empresas están para servir y resolver problemas reales a clientes concretos. Pero para poder hacerlo, hay que conocer a los clientes, a cada cliente. Conocer a los clientes significa estar con ellos, dialogar con ellos, verlos trabajar y observar cómo utilizan los productos o servicios que les proporcionamos. Dialogar significa preguntar, escuchar y comprender.
En definitiva, este directivo no dijo que los clientes son el punto de partida de cualquier nueva empresa y de cualquier innovación tecnológica. Y también el destino de lo que las nuevas empresas hacen.
Si los clientes no son el centro del emprendizaje ni de la innovación tecnológica, corremos un muy alto riesgo de ofrecer al mercado algo que éste no necesita ni demanda; de crear soluciones para problemas que no existen en la realidad. Fracasaremos en el objetivo de crear empresas de alto valor y alto crecimiento. Y el fracaso no crea entusiasmo, no atrae dinero y no nos permite prosperar como sociedad.
Creo que la RVCyT tiene claro que el cliente es el centro de su actividad de innovación y emprendizaje. Espero que cada vez lo comunique mejor para mostrar el camino al resto del tejido empresarial que lidera.