Esta pasada semana ha estado en Donostia Christian Felber, profesor universitario y uno de los promotores de lo que se conoce como «economía del bien común«. El profesor Felber ha estado invitado por Ayuntamiento de San Sebastián y Fomento de San Sebastián.
La economía del bien común se puede resumir en la frase: «Toda actividad económica sirve al bien común».
¿De quién es la responsabilidad de que toda actividad económica sirva al bien común?
Voy a hacer un análisis de nuestra participación individual en la economía. Por un lado, somos trabajadores e inversores. Trabajamos en organizaciones y para organizaciones. En la medida que somos ahorradores, tambien somos inversores y dueños, al menos en parte, de las organizaciones del sistema económico. Por otro lado, somos consumidores.
Como modesto aficionado a la estrategia de empresa, creo que, al menos en este campo, los postulados de Felber están bastante alineados con los de los principales académicos de la estrategia empresarial. Empezando por Collins y Porras y siguiendo por Hax y Porter.
Por ejemplo, Collins y Porras descubren que la causa de las empresas que tienen una larga y próspera existencia es la existencia de unos valores que no han cambiado desde los inicios. Y esos valores son cualitativos, no cuantitativos. Es esencial resaltar que los valores de las empresas existen cuando se practican individualmente por todas las personas de la misma. Collins y Porras resaltan que si una empresa quiere tener una larga existencia, debe cambiar y adaptarse continuamente todo, excepto los valores y la visión. Es muy recomendable la lectura de su artículo de la Harvard Business Review de Septiembre de 1996.
El profesor Hax del MIT desarrolló el modelo Delta para la toma de decisiones en estrategia empresarial (y también utilizado para organizaciones gubernamentales y sin ánimo de lucro). Este modelo parte de varios principios uno de los cuales dice que la competencia empresarial no debe estar basada en la competencia sino en el amor. Lo importante no es competir sino conseguir el amor de los agentes del sistema (clientes, proveedores, instituciones, empresas complementarias).
Por otro lado, Michael Porter, profesor de Harvard y uno de los mayores estudiosos de la competencia, en su artículo de Enero de 2012 en la Harvard Business Review habla sobre el valor compartido. El profesor Porter aboga en este artículo para que el éxito de cualquier organización esté conectado al progreso social.
Toda organización para sobrevivir necesita flujo de caja positivo (el beneficio es una opinión, el flujo de caja es un dato). Independientemente de si la organización tiene afán de lucro o no, el flujo de dinero tiene que ser positivo. Es decir, la diferencia entre la entrada y la salida de dinero debe ser positiva; debe tener más entradas que salidas. Esas entradas serán cobros por ventas, préstamos, donaciones, subvenciones, lo que sea; porque si las entradas no superan a las salidas (los pagos), no podremos pagar y suspenderemos pagos.
La estrategia de empresa trata sobre cómo conseguir que las entradas sean mayores e incluso mucho mayores que las salidas. Cuando las entradas de dinero son mucho mayores que las salidas, la organización (porque la estrategia empresarial se utiliza en todo tipo de organizaciones) tiene que decidir qué hacer con el dinero que le sobra. Las organizaciones tienen dos alternativas para el dinero que sobra. La primera es repartirlo entre los propietarios legítimos de la organización y la segunda es dejarlo en la organización. En cualquiera de los dos casos, hay que decidir qué se hace con ese dinero. Si la organización tiene unos valores y las personas que la integran viven conforme a ellos, la decisión de qué se hace con el dinero vendrá guiada por esos valores. Si los valores de la organización están alineados con el bien común, la organización invertirá el dinero sirviendo al bien común. Si el dinero se reparte a las personas, serán estas las responsables de destinarlo al bien común mediante sus decisiones de inversión y gasto.
Por tanto, son las personas que dirigen y que son dueñas de las organizaciones las que deciden en buenas medida si la economía se dirige al bien común. La mayoría de nosotros no tenemos una parte protagonista en esto. Como mucho podemos decidir trabajar o no para una organización cuyos valores compartimos o no. Si compartimos los valores de la organización para la que trabajamos y estos valores se encaminan al bien común, estaremos contribuyendo al bien común. Si la organización para la que trabajamos no tiene valores tendentes al bien común, probablemente acabaremos perdiendo nuestros valores personales y acabaremos adoptando los valores de la organización. Como personas, no estaremos contribuyendo al bien común.
Por otro lado, somos consumidores. Todos los días decidimos cómo gastamos y cómo invertimos nuestro dinero. Cada vez que utilizamos el dinero, podemos estar contribuyendo al bien común o no. Como descubrió el profesor John Lancaster, los consumidores no compramos cosas sino los beneficios que esas cosas nos reportan. Los beneficios que las cosas y servicios que adquirimos nos reportan son de tres tipos: funcionales (hacen lo que tienen que hacer), hedónicos (nos dan placer, nos hacen sentir bien) y simbólicos (transmiten una imagen de nosotros, comunican quiénes somos). Estos beneficios están íntimamente unidos a nuestra escala de valores. Si nuestra escala de valores está orientada al bien común, nuestras decisiones económicas también lo estarán. Si nuestra escala de valores no tiene dicha orientación, nuestras decisiones no siempre tenderán al bien común.
En definitiva, la economía no es algo que sucede independiente de nosotros y sobre lo que no tenemos responsabilidad. Cada uno es un pequeño agente de la actividad económica y cada uno tenemos nuestra parte de responsabilidad.
Quiero pensar que cada uno de nosotros contribuye en mayor o menor medida al bien común pero todavía podemos hacer mucho más. Cuando decidimos para quién trabajamos (como empleados pero también como clientes y proveedores) y qué consumimos, también podemos contribuir personalmente a la economía del bien común.