Estas vacaciones de Semana Santa he pasado unos días en el sur, más concretamente en Chiclana, provincia de Cádiz.
Me he resistido durante varios años a venir a Cádiz pues hace mucho tiempo, el siglo pasado, hice la mili en San Fernando. Y normalmente, los recuerdos de la mili no son precisamente los de la mejor época de uno.
La mili me mostró el perfil de este país en el que vivimos. Soldados poco formados, mandos aun menos formados y oficiales pendientes de trabajar poco y aprovechar la mínima para llevárselo calentito. Mucha corrupción y ninguna excelencia.
Mi recuerdo de Cádiz era el de una ciudad poco atractiva y muy lejos de los encantos y posibilidades de mi lejana San Sebastián.
Pero he de reconocer que lo que me he encontrado ahora es mucho mejor de lo que recordaba.
Cádiz está limpia, su parte vieja se ha transformado para bien y los bares y restaurantes ofrecen comida muy rica y un servicio simpático y de calidad.
También hemos estado en Sevilla; ciudad que conocía bien de mi primera experiencia laboral que coincidió con la Expo Universal del 92. Sevilla también está muy mejorada. Llena de turistas, la ciudad está muy viva, limpia, con indicaciones fáciles para guiar a los turistas e innumerables posibilidades para comer, beber y culturizarse.
Creo que nos vendría bien a los vascos, y sobre todo a los donostiarras, aprender de lo mucho y excelente que han hecho en Andalucía para sacar mayor rendimiento al turismo internacional.